By Lina Echeverri
En el entorno digital la vanidad dejó de ser una simple manifestación de la soberbia para convertirse en una característica muy valorada por los jóvenes y los adultos. El movimiento «selfie» es una expresión de grandes necesidades del ser humano. Una fotografía hoy no expone un momento, se orienta a comunicar más de lo que somos, lo que hacemos y cómo queremos posicionarnos. Sin embargo, es solo una fotografía, no puede ser evidencia de nuestras realidades, frustraciones y relaciones.
Hay un excesivo narcisismo digital, en un espacio donde se mezcla la soledad y la compañía. Se confunde el «compartir logros» con el exceso de información sobre nuestra intimidad y la necesidad de alimentar el ego. Desaparecen los encuentros personales, hasta las llamadas telefónicas, porque las redes sociales o un mensaje en WhatsApp nos ahorra tiempo y nos informa de lo necesario. Esta distancia de contacto personal está siendo sustituida por el aumento de expresiones de apoyo a través de las emociones.
El entorno digital nos limitó las emociones. Facebook es una de las redes más generosas (lo digo con ironía) porque ha ampliado el tipo de emociones, ya ofrece seis: me gusta, me encanta, me divierte, me asombra, me entristece y me enoja. Y eventualmente se agradece allí. Cuánta generosidad (sigo con la ironía) nos ha llevado a una dependencia emocional. Cada vez más crecen las necesidades de autoestima y reafirmación social. No basta con obtener un logro o cumplir una meta, ahora cobra relevancia lo que piensan los demás y las emociones que expresan en el entorno digital. Es más importante para nuestro ego un volumen de likes que el mismo reconocimiento; aún más que el mismo esfuerzo para alcanzar ese logro.
La vanidad y el egocentrismo han existido siempre, sino que se exponen más en el entorno digital. Lo más delicado aún es cómo el concepto de felicidad se define por el volumen de expresiones exageradamente optimistas sobre lo que piensas y haces. La felicidad es un conjunto de momentos no es permanente. No hay que buscarla, hay que sentirla.
El concepto de intimidad también se transforma, y me atrevo a afirmar que desaparece. Facebook es el álbum familiar, Instagram el álbum de los viajes, Pinterest es donde coleccionamos preferencias, Twitter es el resumen de noticias del día y LinkedIn es nuestra hoja de vida digital. ¿Y dónde quedó la presencialidad? No necesitamos comunicarnos con los otros, porque ya sabemos lo que están haciendo. Perdimos contacto personal, perdimos los gestos, las reacciones, la amplitud de emociones que se expresan en diferentes momentos.
El narcisismo digital nos ha vuelto ausentes de nuestra propia vida y de las experiencias más importantes en la vida de los demás. Alimentar el ego es un abismo para la madurez intelectual. Desaparece una cualidad tan importante como lo es la humildad. Dejamos de pensar en nuestro proyecto de vida por centrarnos en ejercer influencias digitales. No miramos el futuro como escenario de crecimiento, porque la vanidad nos enceguece en centrarnos en un presente. La arrogancia en el mundo online ha creado una sociedad de divas y gurús que creen ser el centro del conocimiento. Y lo más delicado, se rodean de zombis, personas no pensantes y muy influenciables, seguidores que no aportan.
No podemos marginarnos. El entorno digital debe ser un espacio para crear vínculos y redes, donde la humildad y la solidaridad sean más valorados, pero a su vez el contacto personal permanezca y no se circunscriba a un mensaje de texto.
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